EVANGELIO DE HOY, SÁBADO 23 DE NOVIEMBRE


EVANGELIO DE HOY 

SABADO 23 DE NOVIEMBRE

Lectura         1Mac 6, 1-13


Lectura del primer libro de los Macabeos.

El rey Antíoco recorría las provincias de la meseta. Allí se enteró de que en Persia había una ciudad llamada Elimaida, céle­bre por sus riquezas, su plata y su oro. Ella tenía un templo muy rico, donde se guardaban armaduras de oro, corazas y armas de­jadas allí por Alejandro, hijo de Filipo y rey de Macedonia, el primero que reinó sobre los griegos. Antíoco se dirigió a esa ciudad para apoderarse de ella y sa­quearla, pero no lo consiguió, porque los habitantes de la ciudad, al conocer sus planes, le opusieron resistencia. Él tuvo que huir y se retiró de allí muy amargado para volver a Babilonia. Cuando todavía estaba en Persia, le anunciaron que la expe­dición contra el país de Judá había fracasado. Le comunicaron que Lisias había ido al frente de un poderoso ejército, pero había tenido que retroceder ante los judíos, y que estos habían acrecen­tado su poder, gracias a las armas y al cuantioso botín tomado a los ejércitos vencidos. Además, habían destruido la Abomina­ción que él había erigido sobre el altar de Jerusalén y habían ro­deado el Santuario de altas murallas como antes, haciendo lo mis­mo con Betsur, que era una de las ciudades del rey. Al oír tales noticias, el rey quedó consternado, presa de una violenta agitación, y cayó en cama enfermo de tristeza, porque las cosas no le habían salido como él deseaba. Así pasó muchos días, sin poder librarse de su melancolía, hasta que sintió que se iba a morir. Entonces hizo venir a todos sus amigos y les dijo: “No puedo conciliar el sueño y me siento desfallecer. Yo me pre­gunto cómo he llegado al estado de aflicción y de amargura en que ahora me encuentro, yo que era generoso y amado mientras ejercía el poder. Pero ahora caigo en la cuenta de los males que causé en Jerusalén, cuando robé los objetos de plata y oro que había allí y mandé exterminar sin motivo a los habitantes de Judá. Reconozco que por eso me suceden todos estos males y muero de pesadumbre en tierra extranjera”.
Palabra de Dios.

Comentario

El recuerdo de los dolorosos momentos de la época de los Macabeos, deja un espacio para el arrepentimiento del tirano perseguidor. También para él llegó el momento de evaluar su vida. Su triste fin sucedió como consecuencia de su inadecuada conducta como gobernador.

Salmo Sal 9, 2-4. 6. 16. 19


R. ¡Me alegraré por tu victoria, Señor!

Te doy gracias, Señor, de todo corazón y proclamaré todas tus maravillas. Quiero alegrarme y regocijarme en ti, y cantar himnos a tu Nombre, Altísimo. R.

R. ¡Me alegraré por tu victoria, Señor!

Cuando retrocedían mis enemigos, tropezaron y perecieron delante de ti. Escarmentaste a las naciones, destruiste a los impíos y borraste sus nombres para siempre. R.

R. ¡Me alegraré por tu victoria, Señor!

Los pueblos se han hundido en la fosa que abrieron, su pie quedó atrapado en la red que ocultaron. Porque el pobre no será olvidado para siempre ni se malogra eternamente la esperanza del humilde. R.

R. ¡Me alegraré por tu victoria, Señor!


Aleluya          Cf. 2Tim 1, 10


Aleluya. Nuestro Salvador Jesucristo destruyó la muerte e hizo brillar la vida mediante la Buena Noticia. Aleluya.

Evangelio      Lc 20, 27-40


+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas.

Se acercaron a Jesús algunos saduceos, que niegan la resu­rrección, y le dijeron: “Maestro, Moisés nos ha ordenado: ‘Si alguien está casado y muere sin tener hijos, que su hermano, para darle descendencia, se case con la viuda’. Ahora bien, había sie­te hermanos. El primero se casó y murió sin tener hijos. El segun­do se casó con la viuda, y luego el tercero. Y así murieron los siete sin dejar descendencia. Finalmente, también murió la mujer. Cuando resuciten los muertos, ¿de quién será esposa, ya que los siete la tuvieron por mujer?”. Jesús les respondió: “En este mundo los hombres y las muje­res se casan, pero los que son juzgados dignos de participar del mundo futuro y de la resurrección no se casan. Ya no pueden morir, porque son semejantes a los ángeles y son hijos de Dios, al ser hijos de la resurrección. Que los muertos van a resucitar, Moisés lo ha dado a enten­der en el pasaje de la zarza, cuando llama al Señor ‘el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob’. Porque él no es un Dios de muertos, sino de vivientes; todos, en efecto, viven para él”. Tomando la palabra, algunos escribas le dijeron: “Maestro, has hablado bien”. Y ya no se atrevían a preguntarle nada.
Palabra del Señor.

Comentario

En los tiempos de Jesús, algunos grupos judíos sostenían que la resurrección de los muertos iba a suceder; en cambio, los saduceos (del grupo sacerdotal) negaban esta creencia. Jesús sabía bien las “internas” que había entre estas facciones religiosas y conocía la intención de las preguntas. Por eso, su afirmación se basaba en lo que ya decían las Escrituras: Dios es el Dios de los vivientes, y junto a él tendremos una nueva vida.

Reflexion mas personal
Hoy los grupos de poder ¿cómo imitan a los saduceos y arman manifestaciones para impedir mudanzas en el mundo y en la Iglesia?

• ¿Tú crees en la resurrección? Al decir que crees en la resurrección, ¿piensa en algo del pasado, del presente o del futuro? ¿Has tenido en tu vida alguna experiencia de resurrección?