Cuatro errores a que debes evitar Domingo 8. Ciclo C
Si un ciego guía a otro ciego...
La última parte del “Discurso de la llanura” desconcierta por la variedad de personajes que aparecen: dos ciegos, un discípulo y su maestro, dos miembros de la comunidad, un hombre bueno y otro malo; uno inteligente, que construye su casa sobre roca, otro insensato, que la edifica sobre arena. Y también son muy diversas las imágenes: un hoyo, la mota y la viga en el ojo, el árbol sano y el árbol podrido; higos y zarzas, uvas y espinos. Evidentemente, se trata de frases de Jesús pronunciadas en diversos momentos y circunstancias. Sin embargo, pueden relacionarse con el tema que preocupa a Lucas, leído el domingo pasado: “no juzguéis, no condenéis”.
[Nota: la liturgia, con su afición a mutilar el evangelio, ha suprimido la importantísima advertencia final sobre la necesidad de poner en práctica todo lo anterior. La añado en el comentario y aconsejo que en la homilía se tenga presente.]
Cuatro errores que debes evitar
1. Si te consideras con buena vista para juzgar y condenar a los demás, te equivocas. Estás ciego. Y si un ciego guía a otro ciego, los dos caen en el hoyo.
¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo?
2. Si te consideras muy listo y bien preparado para juzgar y condenar a los demás, te equivocas. No eres un catedrático, sino un alumno de 1º. A lo más que puedes aspirar, después de mucho esfuerzo, es a ser como el catedrático.
Un discípulo no es más que su maestro, si bien, cuando termine su aprendizaje, será como su maestro.
3. Si te consideras digno de juzgar y condenar a los demás, te equivocas y eres un hipócrita. Tus fallos son mucho mayores. La viga de tu ojo es mucho más grande que la mota en el ojo de tu hermano y te impide ver bien.
¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: "Hermano, déjame que te saque la mota del ojo", sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano.
4. Si piensas que cuando juzgas y criticas a los demás lo único que haces es disfrutar o hacerles daño, te equivocas. Te haces daño a ti mismo, porque las palabras que salen de tu boca dejan al descubierto la maldad de tu corazón. [En esta última comparación del árbol bueno y el malo, cada uno con sus frutos, la clave está en las palabras finales: “De lo que rebosa el corazón habla la boca”. Del hombre bueno nunca saldrán críticas, juicios malévolos ni murmuraciones; solo saldrá perdón y generosidad. En cambio, quien critica, juzga, murmura, revela que tiene el corazón podrido.]
No hay árbol sano que dé fruto dañado, ni árbol dañado que dé fruto sano. Cada árbol se conoce por su fruto; porque no se cosechan higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos. El que es bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque lo que rebosa del corazón, lo habla la boca».
Advertencia final (suprimida en la liturgia)
El discurso ha terminado. Jesús ha indicado a sus seguidores que hay dos grupos opuestos: pobres-odiados y ricos-elogiados. Ellos pertenecen al primero. Pero no deben enfrentarse a sus enemigos, sino amarlos, tratarlos bien, bendecirlos, rezar por ellos. Su modelo debe ser el Padre misericordioso y compasivo, “generoso con ingratos y malvados”. Con respecto a los hermanos, los miembros de la comunidad, las exigencias han sido también grandes: no juzgar, no condenar, perdonar, dar.
Cabe un peligro: considerar lo anterior un bonito discurso que no es preciso poner en práctica. Basta con llamar a Jesús “¡Señor, Señor!”, que es una gran confesión de fe. Como quien dice: “Basta con ir a misa”. No. La enseñanza de Jesús hay que ponerla en práctica. En caso contrario, serías como el insensato que construye una casa al borde de un río. Cuando ocurre la inundación, se la lleva. Sé sensato y ponlo en práctica.
1ª lectura: ¿Quieres saber cómo es una persona? (Eclesiástico 27,5-8)
Este breve texto, desconcertante a primera vista, resulta claro cuando lo relacionamos con las palabras del evangelio: “De lo que rebosa el corazón habla la boca”. ¿Quieres saber cómo es una persona? Fíjate en lo que hace la gente de tu entorno (estamos en el siglo II a.C.).
Cuando quiere separar el trigo de la paja, criba.
Cuando quiere probar una vasija de barro, la mete en el horno del alfarero.
Cuando quiere saber si un árbol es bueno, mira sus frutos.
Cuando tú quieras conocer a fondo a una persona fíjate en cómo razona y en lo que dice. “De lo que rebosa el corazón habla la boca”.
Se agita la criba y queda el desecho,
así el desperdicio del hombre cuando es examinado.
así el desperdicio del hombre cuando es examinado.
El horno prueba la vasija del alfarero,
el hombre se prueba en su razonar.
el hombre se prueba en su razonar.
El fruto muestra el cultivo de un árbol,
la palabra, la mentalidad del hombre.
la palabra, la mentalidad del hombre.
No alabes a nadie antes de que razone,
porque esa es la prueba del hombre.
porque esa es la prueba del hombre.
Reflexión
El “Discurso de la llanura”, aunque no tenga la fama del “Sermón del monte” de Mateo, es un resumen muy bueno de la actitud que debemos tener ante enemigos y hermanos. Generalmente se recuerda el amor a los enemigos. Pero es frecuente olvidar el amor a los otros miembros de la iglesia, la obligación de no juzgar ni condenar a quienes piensan o actúan de forma distinta.
En el siglo I, el papa Clemente preveía este peligro: «Cuando [los paganos] nos oigan decir que Dios dice: “No tenéis mérito si amáis a los que os aman; tenéis mérito si amáis a los enemigos y a los que os odian”, al escuchar esto se admirarán de una bondad tan grande; pero si ven que no solo no amamos a los que nos odian, sino que ni siquiera amamos a los que nos aman, se reirán de nosotros y blasfemarán” (Segunda carta de Clemente a los Corintios, 13,4).
Por otra parte, el carácter tan radical de algunas afirmaciones requiere explicación. Pero el mejor comentario no está en inglés ni en alemán. Es el mismo evangelio de Lucas. Leyendo y releyéndolo se iluminan muchas frases misteriosas.
JUEVES, 21 DE FEBRERO DE 2019
Amad a vuestros enemigos. Domingo 7º. CICLO C
El domingo pasado, en la primera parte del “Discurso en la llanura”, Jesús distinguía dos antagónicos: pobres-odiados y ricos-estimados. Los primeros recibirán en el cielo su recompensa; los segundos lo perderán todo. Pero aquí, en la tierra, ¿cómo deben relacionarse ambos grupos? ¿Deben comenzar los pobres una guerra contra los ricos? ¿Pueden contentarse, al menos, con maldecirlos y desearles toda clase de desgracias? A favor de esta postura se podrían citar numerosos salmos, textos proféticos, y la práctica contemporánea de la comunidad de Qumrán. Pero Lucas quiere inculcar una actitud muy distinta, basándose en la enseñanza de Jesús.
Comportamiento con los enemigos (6,27-36)
Al comienzo del evangelio de Lucas, Zacarías, padre de Juan Bautista, profetiza que el descendiente de David vendrá “para que arrancados de las manos de los enemigos, le sirvamos [a Dios] con santidad y justicia”. Es una falsa esperanza. La venida de Jesús no nos arranca de las manos de los enemigos. ¿Qué hacer con ellos?
Ante los sentimientos y palabras adversos
«A los que me escucháis os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os injurian.
Jesús comienza dirigiéndose a “vosotros que me escucháis”, a sus discípulos. No puede ser más duro y exigente. Ya no se trata de dos grupos separados (pobres – ricos), cada uno viviendo su propia vida. Hay un grupo enemigo que odia, maldice e injuria a las comunidades cristianas. Igual que hoy día se odia, insulta y critica a la Iglesia. ¿Cómo reaccionar ante ello? Es frecuente la autodefensa, negar las acusaciones o relativizarlas. No es eso lo que quiere Jesús. Incluso en el caso de que el odio, la crítica o la maldición sean injustificados, la postura del cristiano debe ser positiva. De las cuatro cosas que indica Lucas, dos al menos son posibles en cualquier circunstancia: hacer el bien y rezar. El “amor” no hay que entenderlo en sentido afectivo (como el amor entre los esposos, o entre padres e hijos), sino en el sentido práctico de “hacer el bien”. En el evangelio de Lucas, el ejemplo concreto sería el de Jesús curando la oreja del soldado que viene a detenerlo.
Ante las acciones
Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, déjale también la túnica. A quien te pide, dale; al que te quite lo tuyo, no se lo reclames.
De repente, del “vosotros” se cambia al “tú”. Lo que hay que afrontar ahora no son sentimientos adversos (odio) o palabras hirientes (maldiciones, injurias), sino acciones concretas: pegar, quitar, pedir, llevarse. Estas frases le gustarían mucho a Gandhi. Pero a la mayoría le pueden resultar absurdas y prestarse al chiste: “Al que te robe el móvil, dale también el reloj”; “al empresario que intenta robarte, no se lo reclames”.
¿Hay que tomar estas exhortaciones al pie de la letra? En el NT se escuchan dos bofetadas: una a Jesús y otra a Pablo. Ninguno de los dos pone la otra mejilla. Jesús reacciona: “Si he hablado mal, dime en qué. Y si no, ¿por qué me pegas?” (Jn 18,23). Pablo, que se dirige al sumo sacerdote, es más duro: “Dios te va a golpear a ti, pared encalada. Tú estas sentado para juzgarme según la Ley y me mandas golpear contra la Ley” (Hch 23,3).
En cambio, con respecto al no reclamar en caso de injusticia, hay una reflexión de Pablo muy parecida. Un miembro de la comunidad de Corinto tuvo un pleito con otro y acudió a los tribunales paganos. Pablo les escribe que eso debería resolverlo un experto dentro de la comunidad. Y añade algo en la línea del evangelio que comentamos: “Ya es bastante desgracia que tengáis pleitos entre vosotros. ¿Por qué no os dejáis más bien perjudicar? ¿Por qué no os dejáis despojar?” (1 Cor 6,1-11).
La regla de oro
Tratad a los demás como queréis que ellos os traten.
El discurso vuelve al “vosotros”. La formulación negativa de esta famosa norma aconseja: “No hagas a otro lo que no quieres que te hagan”. Aquí se pide algo más que no hacer daño; se pide tratar bien a cualquiera. ¿Cómo te gusta que te trate la gente, hable de ti (por delante y por detrás), se comporte contigo? Ponte en la piel de la otra persona y actúa como te gustaría que ella se comportase contigo.
Motivos para actuar así
Lucas es consciente de que Jesús pide algo muy difícil. Por eso añade tres motivos que pueden ayudarnos a actuar de ese modo.
1) El cristiano debe superar a los pecadores.
Pues, si amáis sólo a los que os aman, ¿qué merito tenéis? También los pecadores aman a los que los aman.
Y si hacéis bien sólo a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores lo hacen.
Y si prestáis sólo cuando esperáis cobrar, ¿qué merito tenéis? También los pecadores prestan a otros pecadores, con intención de cobrárselo.
Lo repite tres veces, recogiendo dos verbos iniciales (amar, hacer el bien) y añadiendo uno nuevo (prestar). Si el cristiano se limita a imitar al pecador, no tiene mérito alguno. Se queda sin premio.
2) El premio.
¡No! Amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada; tendréis un gran premio y seréis hijos del Altísimo, que es bueno con los malvados y desagradecidos.
Ya al principio del discurso prometió Jesús “una recompensa abundante en el cielo” (6,23). Ahora vuelve a mencionar esa “recompensa abundante” (6,35). Pero no habrá que esperar a la otra vida para recibirla porque, actuando de ese modo, “seréis hijos de Dios, que es generoso con ingratos y malvados”. Algunas personas han pagado grandes sumas por un título nobiliario. La realidad de “hijo de Dios” no se compra, se consigue actuando de forma benévola con los enemigos.
3) Un buen hijo debe imitar a su padre.
Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo
La compasión de Dios la confirmará más adelante la parábola de los dos hermanos, en la que el padre abraza y festeja al hijo sinvergüenza que ha gastado su fortuna con malas mujeres. Jesús pide mucho, pero también Dios se exige mucho a sí mismo.
Jesús y sus enemigos: ataque, reproche, silencio, disculpa y perdón
Los preceptos anteriores resultan a veces muy tajantes, sin matices. Si Jesús mismo no practicó alguno de ellos, ¿cómo debemos interpretar los otros? La respuesta se encuentra en el resto del evangelio. Leyéndolo se advierte que el tema de los enemigos es mucho más complejo de lo que aquí aparece. Jesús encuentra enemigos muy distintos a lo largo de su vida: los escribas y fariseos, enemigos continuos, que critican y condenan todo lo que hace; las autoridades religiosas y políticas de Jerusalén (sacerdotes y ancianos), que lo condenan a muerte y se burlan de él cuando está en la cruz; Judas, que lo traiciona; los soldados, que se burlan de él, lo golpean y crucifican; el mal ladrón, que lo zahiere.
La reacción de Jesús es muy distinta en cada caso. A los escribas y fariseos no los bendice; los ataca de forma durísima, sin desaprovechar ocasión alguna de condenarlos, insultarlos y dejarlos en ridículo. A las autoridades les reprocha en el huerto que vengan a apresarlo como si fuera un ladrón, luego guarda silencio. Con un reproche reacciona también ante Judas: “¿Con un beso entregas al hijo del hombre?”. Ante los soldados, por mucho que se burlen de él y lo hieran, no protesta ni maldice. Pero su actitud global la representan sus palabras en la cruz: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”, que abarcan a todos los grupos. No solo perdona, también disculpa. Al morir por todos nosotros, estaba cumpliendo su mandato de hacer el bien a los que nos odian.
La medida que uséis con los demás la usará Dios con vosotros (37-38)
El discurso cambia de tema. Deja de referirse a los enemigos para centrarse en la conducta con los otros miembros de la comunidad.
No juzguéis, y no seréis juzgados;
no condenéis, y no seréis condenados;
perdonad, y seréis perdonados;
dad, y se os dará:
os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante.
La medida que uséis, la usarán con vosotros.
La primera parte comenzó con cuatro órdenes (amad, haced bien, bendecid, rezad). Ahora encontramos dos prohibiciones (no juzguéis, no condenéis) y dos mandatos (perdonad, dad).
Lo novedoso es que de nuestra conducta depende la que adopte Dios con nosotros. Si juzgamos, nos juzgará; si condenamos, nos condenará; si perdonamos, nos perdonará; si damos, nos dará. Y aquí llega al colmo el tema de la “recompensa abundante” que ha salido ya dos veces en el discurso; ahora se dice que será “una medida generosa, apretada, remecida, rebosante”.
Estas cuatro normas parecen una receta excelente para corromper a Dios y forzarle a tratarnos bien y perdonarnos. Por desgracia, muchas veces preferimos arriesgar su condena por el breve placer de criticar o condenar a alguien.
El tema de no juzgar y no condenar se desarrolla a continuación, pero la liturgia ha reservado el resto del discurso para el domingo 8º.
La 1ª lectura (1 Samuel 26,2.7-9.12-13)
En aquellos días, Saúl emprendió la bajada hacia el páramo de Zif, con tres mil soldados israelitas, para dar una batida en busca de David.
David y Abisay fueron de noche al campamento; Saúl estaba echado, durmiendo en medio del cercado de carros, la lanza hincada en tierra a la cabecera. Abner y la tropa estaban echados alrededor. Entonces Abisay dijo a David:
—«Dios te pone el enemigo en la mano. Voy a clavarlo en tierra de una lanzada; no hará falta repetir el golpe».
Pero David replicó:
—«¡No lo mates!, que no se puede atentar impunemente contra el ungido del Señor».
David tomó la lanza y el jarro de agua de la cabecera de Saúl, y se marcharon. Nadie los vio, ni se enteró, ni se despertó: estaban todos dormidos, porque el Señor les había enviado un sueño profundo.
David cruzó a la otra parte, se plantó en la cima del monte, lejos, dejando mucho espacio en medio, y gritó:
—«Aquí está la lanza del rey. Que venga uno de los mozos a recogerla. El Señor pagará a cada uno su justicia y su lealtad. Porque él te puso hoy en mis manos, pero yo no quise atentar contra el ungido del Señor».
Ofrece un ejemplo concreto de perdón al enemigo, pero por debajo de lo que pide el evangelio. David, perseguido continuamente por Saúl, tiene la posibilidad de matarlo. A eso lo anima su compañero Abisai. David se niega a hacerlo “porque no se puede atentar impunemente contra el Ungido del Señor”. ¿Y si no se tratara del rey? Cuando estaba al servicio de los filisteos devastaba los pueblos vecinos “sin dejar vivo hombre ni mujer”. David no es el modelo ideal para el modo de tratar al enemigo. Pero podemos aplicarnos el mensaje de esta escena: si David perdonó a Saúl por ser el rey de Israel, yo debo perdonar a cualquiera por ser hijo de Dios.
Cuando los enemigos nos hacen un gran favor
En esta época en que se critica tanto a la Iglesia, conviene recordar que las críticas y persecuciones le hacen gran bien. Tertuliano escribía en el siglo III: “La sangre de los mártires es semilla de cristianos”.
En 1870, el estado italiano se apoderó de Roma y arrebató al Papa la mayor parte de los Estados Pontificios. Lo que muchos católicos de finales del siglo XIX vivieron como una terrible ofensa a la Iglesia, hoy lo vemos como una bendición de Dios. Algunos incluso piensan que Italia debería haberse quedado con todo. San Pedro no tenía nada.
Un propósito muy evangélico
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