Lunes, 29 de abril de 2019
SEGUNDA SEMANA DE PASCUA
Cuando terminaron de orar,
todos quedaron llenos del Espíritu Santo
y anunciaban decididamente la Palabra de Dios
Lectura de los Hechos de los Apóstoles
4, 23-31
Una vez que Pedro y Juan fueron puestos en libertad, regresaron adonde estaban sus hermanos, y les contaron todo lo que les habían dicho los sumos sacerdotes y los ancianos. Al oírlos, todos levantaron la voz y oraron a Dios unánimemente: «Señor, Tú hiciste el cielo y la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos; Tú, por medio del Espíritu Santo, pusiste estas palabras en labios de nuestro padre David, tu servidor:
“¿Por qué se amotinan las naciones
y los pueblos hacen vanos proyectos?
Los reyes de la tierra se rebelaron
y los príncipes se aliaron
contra el Señor y contra su Ungido".
Porque realmente se aliaron en esta ciudad Herodes y Poncio Pilato con las naciones paganas y los pueblos de Israel, contra tu santo servidor Jesús, a quien Tú has ungido.
Así ellos cumplieron todo lo que tu poder y tu sabiduría habían determinado de antemano. Ahora, Señor, mira sus amenazas, y permite a tus servidores anunciar tu Palabra con toda libertad: extiende tu mano para que se realicen curaciones, signos y prodigios en el nombre de tu santo servidor Jesús».
Cuando terminaron de orar, tembló el lugar donde estaban reunidos; todos quedaron llenos del Espíritu Santo y anunciaban decididamente la Palabra de Dios.
Palabra de Dios.
SALMO RESPONSORIAL 2, 1-9
R. ¡Felices los que se refugian en ti, Señor!
¿Por qué se amotinan las naciones
y los pueblos hacen vanos proyectos?
Los reyes de la tierra se sublevan,
y los príncipes conspiran
contra el Señor y contra su Ungido:
«Rompamos sus ataduras, librémonos de su yugo». R.
El que reina en el cielo se sonríe;
el Señor se burla de ellos.
Luego los increpa airadamente
y los aterra con su furor:
«Yo mismo establecí a mi Rey
en Sión, mi santa Montaña». R.
Voy a proclamar el decreto del Señor:
Él me ha dicho: «Tú eres mi hijo, Yo te he engendrado hoy.
Pídeme, y te daré las naciones como herencia,
y como propiedad, los confines de la tierra.
Los quebrarás con un cetro de hierro,
los destrozarás como a un vaso de arcilla». R.
EVANGELIO
El que no nace del agua y del Espíritu
no puede entrar en el Reino de Dios
a Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Juan
3, 1-8
Había entre los fariseos un hombre llamado Nicodemo, que era uno de los notables entre los judíos. Fue de noche a ver a Jesús y le dijo: «Maestro, sabemos que Tú has venido de parte de Dios para enseñar, porque nadie puede realizar los signos que Tú haces, si Dios no está con Él».
Jesús le respondió:
«Te aseguro
que el que no renace de lo alto
no puede ver el Reino de Dios».
Nicodemo le preguntó: «¿Cómo un hombre puede nacer cuando ya es viejo? ¿Acaso puede entrar por segunda vez en el vientre de su madre y volver a nacer?»
Jesús le respondió:
«Te aseguro
que el que no nace del agua y del Espíritu
no puede entrar en el Reino de Dios.
Lo que nace de la carne es carne,
lo que nace del Espíritu es espíritu.
No te extrañes de que te haya dicho:
"Ustedes tienen que renacer de lo alto".
El viento sopla donde quiere:
tú oyes su voz,
pero no sabes de dónde viene ni a dónde va.
Lo mismo sucede
con todo el que ha nacido del Espíritu».
Palabra del Señor.
Reflexión
Hech. 4, 23-31. Iglesia perseguida, amenazada para que no siga proclamando el Evangelio. Jesús ya lo había predicho: Los detendrán, los perseguirán, los arrastrarán a las sinagogas y cárceles, y los harán comparecer ante reyes y gobernadores por causa de mi Nombre.
Aquel que ha aceptado pertenecer a la Iglesia de Cristo debe aceptar las consecuencias de su fe. No hemos recibido un espíritu de cobardía, sino al mismo Espíritu de Dios. Hemos de ser conscientes de que no vamos en nombre propio, sino enviados, acompañados y fortalecidos por el Señor para proclamar su Evangelio y para hacer llegar a todos el amor y la salvación de Dios.
Cuando la vida se nos complique a causa del anuncio del Evangelio hecho con las obras y con las palabras, reunámonos en Iglesia; pidamos al Señor que nos dé con mayor abundancia su Espíritu para que anunciemos el Evangelio todavía con mayor valentía a toda clase de personas: pecadores, pobres, ricos, gobernadores, gobernados.
Sólo con la Fuerza que nos viene de lo Alto será posible que la salvación llegue a todos, pues Dios quiere que todos se salven.
No tengamos miedo, el Señor está con nosotros; el que persevere hasta el fin se salvará, no sólo, sino acompañado por todos aquellos que, junto con el enviado, acepten creer en Jesús, Señor y Mesías, y se dejen conducir por su Espíritu.
Sal. 2. A este Jesús, al que ustedes han crucificado, Dios lo constituyó Señor y Mesías.
Muchos lo rechazaron, sin embargo no tenemos otro nombre en el que podamos alcanzar la salvación. Jesús, el Hijo amado del Padre, a pesar de que padeció y murió por nosotros, ahora vive y reina por los siglos de los siglos, sentado a la derecha del Trono de Dios.
Si Él quisiera podría despedazarnos como ha despedazado a la antigua serpiente o Satanás. Pero no; Él no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y viva. Por eso dejemos a un lado nuestras antiguas rebeldías para entrar a formar parte del Reino de Dios, y para que nos convirtamos en la herencia que el Padre Dios puso en manos de su Hijo para que no pierda nada de lo que se le ha confiado.
Jn. 3, 1-8. Después de que Jesús ha expulsado del templo todas las señales del antiguo sacrificio, y que ha indicado que en adelante el lugar de encuentro con Dios no es un lugar sino una Persona, y que esa es Él, nos habla acerca de la forma de unirnos a Él mediante la fe, el bautismo, y el Espíritu que se nos comunica para que seamos capaces de entrar en diálogo con Dios, de hacer nuestra su vida, y de manifestarla con valentía. Sólo así podremos dar culto a Dios en Espíritu y Verdad.
Muchos, como Nicodemo, profesan su fe en Jesús de modo timorato. Tienen una fe muy a oscuras, muy a escondidas. Tienen miedo a ser criticados, perseguidos, marginados o condenados a muerte a causa de su fe. Incluso, cuando acuden al culto, más por cumplir con una invitación social que por manifestar su fe, se comportan en el templo como si fuesen descreídos, aunque en el fondo, tal vez, dirijan a Dios la mejor de sus oraciones.
Creer en Cristo es todo un compromiso personal para dejarnos guiar por su Espíritu, que habita en nosotros y nos conduce, en fidelidad, no conforme a nuestros caprichos, sino conforme a la voluntad de Dios en nosotros.
Por eso el Señor nos pide que lo busquemos a Él para vivir comprometidos con Él, y no tanto por el interés de recibir de Él su ayuda, incluso alguna señal milagrosa.
Ojalá y no tanto queramos tener con nosotros las cosas de Dios, sino a Dios mismo, que es lo más importante; pues, ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si al final pierde su vida?
Nacidos del Agua y del Espíritu hemos nacido de lo Alto para ser, en Cristo, hijos de Dios. A partir de ese momento ya no pertenecemos al reino del mal, sino al Reino de Dios; pero esto no es cuestión de probarlo con un papel expedido el día en que fuimos bautizados, sino con nuestras obras que, siendo consecuencia de nuestra unión con Cristo, han de manifestar que también nosotros venimos de Dios, por gracia del Señor.
En la Eucaristía entramos en una relación personal con el Resucitado. A partir de Ella nos convertimos en Testigos no sólo de lo que creemos, sino, especialmente, de Aquel en quien creemos.
A pesar de que muchos puedan oponerse a nuestro testimonio y despreciarnos, perseguirnos o acabar con nosotros, hemos de vivir contentos de padecerlo todo por el Nombre de Dios.
No tenemos otro espacio mas importante y sublime para nuestro encuentro con el Señor que la Eucaristía. A ella llegamos no temerosos, ni a hurtadillas, sino con la frente en alto y con el gran deseo de convertirnos en portadores del amor y de la salvación de Dios para nuestros hermanos.
La Iglesia debe ser testigo de un mundo nuevo, renovado en Cristo. No sólo lo proclama con sus palabras, sino con la vida y las obras de quienes son miembros de la misma.
El bautismo, que nos ha hecho uno con Cristo y mediante el cual la vida de Dios habita en nosotros, no puede ser como una luz que se esconda temerosa debajo de una vasija opaca, sino que se ha de colocar en un lugar desde donde pueda iluminar el camino de todos los que nos rodean; la Iglesia se convierte así en camino de esperanza para todos los pueblos.
En la Eucaristía el Señor nos sigue llenando de su Espíritu para que continuemos anunciando con valentía su Palabra, y para que nos dejemos guiar, no según nuestros planes y criterios, sino según los planes y criterios de Dios: Es el Espíritu de Dios quien nos llevará conforme al Plan de Amor y Salvación que Dios desea se cumpla en todos y en cada uno de nosotros.
El compromiso de haber renacido del Agua y del Espíritu nos hace pronunciar con toda libertad: Hágase en mí según tu Palabra, y nos debe hacer ir por los caminos del Espíritu.
Roguémosle a nuestro Dios y Padre que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, Aquella que es Bienaventurada por haber escuchado la Palabra de Dios y haberla puesto es práctica, la gracia de que nuestra fe no se nos quede escondida en nuestras cobardías, sino que la vivamos y testifiquemos en cualquier ambiente en que se desarrolle nuestra existencia. Amén.
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